Marruecos en bicicleta, un país para descubrir
¿Te has planteado alguna vez descubrir Marruecos en bicicleta?
Siempre soñamos con recorrer Marruecos en bicicleta y es que el país africano es ese gran desconocido del que conocemos muchas cosas y, a la vez, no conocemos prácticamente nada. La cordillera del Atlas y sus cumbres imponentes, el desierto del Sahara, las playas desiertas, la amabilidad de sus gentes, los contrastes, los colores, los aromas, … son tantas y tantas cosas que es difícil empezar por uno de estos puntos sin ser injusto con el resto.

El viaje que ahora os vamos a relatar, es un mezcla de muchas cosas. Es el descubrimiento de un país, de una cultura y de unas gentes increíbles, pero a la vez es un viaje de amigos, de grandes amigos, de esos con los que te irías hasta el fin del mundo si hiciera falta.
La idea inicial
Aquel invierno, teníamos claro que queríamos viajar, teníamos sed de aventuras y queríamos coger las bicicletas, las alforjas e irnos a recorrer un país nuevo, diferente. Al principio tuvimos dudas y valoramos diversos destinos: Irán, Egipto, Marruecos, Turquía, Uzbekistán, … y nos costó inclinar la balanza hacia uno de ellos pero la idea de hacer Marruecos en bicicleta empezó a pesar más y más conforme íbamos recopilando información acerca de las posibilidades que escondían sus montañas, sus desiertos y sus playas.

Una vez decidido el destino, comenzamos a valorar el tiempo del que disponíamos que, por desgracia, no era demasiado porque todos teníamos obligaciones profesionales, así que tuvimos que ajustarnos y adaptarnos a las circunstancias: tan solo diez días. Empezamos a rebuscar en la bibliografía con el fin de hacernos una mínima idea de lo que nos podíamos encontrar al aterrizar en tierras marroquíes. El gran Terma, nuestro geógrafo particular, localizó mapas, elaboró unas posibles etapas y se curró unos perfiles orientativos de los desniveles a los que nos íbamos a tener que enfrentar cuando nos acercáramos a las tierras del Alto Atlas. Finalmente, nos quedamos con dos ideas claras en la cabeza:
Saldríamos desde Marrakech y regresaríamos a Marrakech tratando, en la medida de lo posible, de dar la vuelta al macizo del Toubkal.
Los preparativos para recorrer Marruecos en bicicleta
Durante los días previos a nuestra partida nos surgieron, como es lógico, algunas dudas acerca del material que nos tendríamos que llevar. Teníamos pensado viajar entre el 30 de diciembre y el 8 de enero, con lo que las temperaturas, a pesar de estar en el norte de África, sabíamos que serían, por lo menos, cambiantes: cálidas en la zona de Marrakech y gélidas conforme nos aceráramos al monte Toubkal (el pico más alto de la Cordillera del Atlas, con 4.162 m de altitud). La altura, parecía evidente, iba a ser la que determinaría las condiciones climatológicas que nos encontraríamos, pero no lo teníamos del todo claro, así que echamos un poco de todo:
- Ropa de verano: un par de camisetas de manga corta y unas mallas.
- Ropa de invierno: un polar, una parca, un par de camisetas de manga larga y unos pantalones largos.
Otro punto que nos hizo dudar fue el de llevar o no la tienda de campaña de cicloturismo. Llevarla nos iba a suponer un lastre de peso importante, pero nos daba la seguridad de que dormiríamos a cubierto todos los días y esa idea rondaba por las cabezas de todo el equipo. Tras darle algunas vueltas al asunto, decidimos echarla al petate aunque, como luego os contaré, la amabilidad y hospitalidad de los marroquíes nos permitió olvidarnos de ella durante todo el viaje.
No hubo una sola noche que tuviéramos que dormir al raso, así como tampoco hubo una sola noche que nos acostáramos con el estómago vacío. ¡Alucinante!
La aventura, el viaje
El viaje comenzó como suelen empezar estas aventuras, con algún que otro susto de última hora. En Barajas, mientras empaquetábamos nuestros caballos de acero en sendas cajas de cartón, se nos rompieron las dos llaves del 15 que llevábamos para desmontar los pedales. Una detrás de la otra. Increíble, pero cierto. Movimos cielo y tierra para conseguir una llave fija que nos permitiera quitar los pedales, pero no hubo forma. Tan solo el auxilio de Irene, la que ahora es mi mujer y que por aquel entonces se encontraba de visita familiar en Madrid, nos sacó de aquel apuro.

Dicen que lo que mal empieza, mal acaba, pero en nuestro caso aquel contratiempo lo asumimos con optimismo y, sobre todo, con muy buen humor. Para nosotros tan solo fue una anécdota más para contar.
Aquel 30 de diciembre llegamos a Marrakech …
Las etapas del viaje a Marruecos en bicicleta
El viaje lo dividimos en 8 etapas, sumando un total de unos 567 km:
- Día 1 – Madrid – Marrakech
- Día 2 – Marrakech – Taferiat
- Día 3 (01/01/2008) Taferiat – Taddert
- Día 4 (02/01/2008) Taddert – Tourhat
- Día 5 (03/01/2008) Tourhat – Anezal
- Día 6 (04/01/2008) Anezal – Aoulouz
- Día 7 (05/01/2008) Aoulouz – Ijoukak
- Día 8 (06/01/2008) Ijjoukak – Imlil
- Día 9 (07/01/2008) Imlil – Marrakech
- Día 10 (08/01/2008) Marrakech – Madrid


Adentrarse en Marrakech supone para el viajero impregnarse de aromas, de colores, de gente andando de un lado para otro, de ruido, de luz y, en definitiva, de una atmósfera muy especial. La ciudad bulle en cada rincón con infinidad de mercaderes negociando los mejores precios y millones de puestos de venta de frutos secos, comida y todo lo que uno pueda imaginar. Un increíble caos ordenado rige la vida en esta gran ciudad. Cuando paseas por las intrincadas callejuelas de sus bazares sientes cientos de ojos analizando tu forma de caminar, y es que el que llega de fuera no camina como el autóctono, el extranjero queda embriagado por el gentío y la aparente locura de esta ciudad y no puede dar un paso sin quedar boquiabierto con lo que ven sus ojos.

Nada más salir de Marrakech y dejar atrás la polución del núcleo urbano lo primero que te sorprende es ver allá, a lo lejos, la formidable cordillera del Atlas. Sus cumbres nevadas te dan una idea de la magnitud de sus picos y te advierten de lo que te espera un poco más adelante. En ese momento, no lo piensas. Y es que el primer día de ruta siempre es un día especial, porque sientes que algo comienza. Todavía no estás adaptado al viaje, necesitas pasar ese primer día para ir haciendo del viaje tu día a día. A los pocos kilómetros de dejar atrás la ciudad, el paisaje empieza a cambiar. Una mezcla de colores y paisajes se van sucediendo con cada golpe de pedal. Los puertos de montaña se hacen interminables, pero te van brindando la oportunidad única de degustar, con una perspectiva sin igual, imágenes formidables de una tierra infinita, que se levanta sedienta en las montañas y transcurre húmeda y rica en los valles irrigados por las aguas de deshielo.

Los kilómetros del viaje por Marruecos en bicicleta van pasando bajo tus pies y, sin darte cuenta, el país entero se te mete dentro de las venas. Los niños se nos acercan con sus bicis y recorren parte del trayecto a nuestro lado intercambiando sonrisas, bromas y miradas limpias, brillantes. Empezamos a entender el significado de la verdadera hospitalidad y de la amabilidad del pueblo marroquí de la que tanta gente habla.

La primera noche marcó la pauta de lo que sería el resto del viaje. La tarde empezaba a caer y teníamos que decidir donde dormir. Pensamos echarnos en medio del campo con la tienda de campaña a pasar la noche. Mientras esperábamos a que el sol se pusiera en aquel valle callado, mudo de ruidos conocimos junto en una tetería al borde de la carretera a unas personas maravillosas con las que compartimos cena y una de las veladas más agradables de las que recuerdo. Charlar sobre el Islam, sobre la cultura marroquí, sobre el cristianismo, sobre nuestros prejuicios e ideas preconcebidas, siempre desde el más profundo de los respetos, sin tratar de convencer, con la mente y el corazón abiertos a escuchar al otro, es un placer fantástico. Aquella noche era Noche Vieja y nos encontrábamos en un lugar cualquiera del mundo, lejos de nuestro entorno conocido, compartiendo velada con unas personas que, aunque desconocidas, nos parecían tremendamente cercanas. Así, sin prisa, dimos la bienvenida al año nuevo. Sin aspavientos, con sentimientos sinceros, sin excesos, disfrutando de la riqueza que supone compartir con otros lo que eres y guardas bajo la piel.

Tras este primer día, el viaje empezó a escribirse solo. El resto de las etapas nos fueron adentrando más y más en el Atlas más aislado y profundo. Los caminos de tierra, las construcciones de adobe, las fortalezas (Kasbah) mimetizadas con la tierra del desierto, nos iban enseñando una parte de Marruecos desconocida para nosotros. Niños de ojos penetrantes y sonrisas mágicas nos saludaban al pasar y nuestras miradas se iban perdiendo en la inmensidad de las montañas y de nuestro propio viaje interior.

Las bicis volaban en las bajadas y sufrían cuando el viento arreciaba en contra. Carreteras solitarias en medio de grandes e inalcanzables horizontes que terminaban por sucumbir a nuestro inquebrantable desaliento. Polvo y tierra a un lado y a otro. Esfuerzo, amistad y risas, muchas risas. Cuatro jinetes atravesando Marruecos en bicicleta que van compartiendo sentimientos muy especiales. Empezamos a reflexionar sobre la vida, sobre nuestra “idílica” vida en el primer mundo. Seguimos pedaleando, seguimos avanzando en kilómetros y en vida interior.

En el puerto del Tzi-n-Test alcanzamos la cota de nieve (2.100 m) haciéndonos sentir pletóricos de alegría. Un mundo visto desde la perspectiva que te da la bicicleta, dibujado entre montañas y manos curtidas por el viento y el sol implacable. Parece que el viaje se nos va metiendo adentro, en ese lugar mágico donde se guardan los buenos recuerdos. A ratos, mientras nos dejamos llevar por la pendiente descendente, nuestros pensamientos van rodando a cámara lenta, procesando todo lo vivido, haciendo acopio de todas y cada una de las imágenes que han pasado por delante de nuestros ojos:
Aquel Hamam perdido en medio del Atlas donde un niño acuna y lava con extrema delicadeza a su hermano pequeño. El chaval de ojo de rubí vendiendo collares, sortijas y pulseras en medio de un puerto de montaña por el que, a penas, pasa nadie. Ese perro solitario que decidió acompañarnos una parte del camino. Esa anciana abriéndose paso en un camino de nieve con el hatillo de leña a la espalda. El cielo estrellado más espectacular de cuantos hemos podido contemplar en nuestra vida. El sonido de los tambores en medio de la noche. Miradas diciendo lo que la brecha del idioma no alcanzaba a transmitir. Las duchas en mitad de la noche con cazos de agua calentada al fuego. Los platos impresionantes de cuscús…

Y ya, a lo lejos, empezamos a ver Marrakech, aquella ciudad que conocimos hace unos días y que ya no es la misma, porque nuestros ojos la miran de manera diferente. Aquellos minaretes alzándose en el horizonte nos indican que el viaje va tocando a su fin y mientras pedaleamos por una carretera interminable, entre nuestros pensamientos, nos asalta una frase que dice:
Volvemos algo más sucios por fuera, pero lo hacemos limpios de prejuicios por dentro
Conocer un país es conocer a su gente, a las personas que lo habitan. Sus paisajes pueden ser fantásticos pero sin la cultura de quienes son parte de esa tierra, ese paisaje pasa a no ser nada. Recorrer Marruecos en bicicleta nos dejó el mejor de los sabores, no solo por lo delicioso de sus platos, sino por la riqueza de sus gentes.
Un país para disfrutarlo… a golpe de pedal.
Os dejamos una galería de fotos de aquel viaje. Esperamos que os guste tanto como a nosotros: